Freeway, 19 de noviembre 2012
La Cultura Televisiva
“La
cultura audiovisual es inculta y por lo tanto, no es cultura” sentenció
Giovanni Sartori al referirse a lo que él llama “la sociedad
teledirigida”, y muchos otros teóricos
tienen posturas muy cercanas a él en relación a la televisión, sin embargo creo que éstas son injustas con
el medio y crueles con sus consumidores.
Si bien no pretendo
discutir a los eruditos, intentaré relativizar un poco el asunto y que los
involucrados nos pongamos el sayo que nos corresponde. Para eso es conveniente no
quedarse con definiciones pretensiosas y recordar el significado de cultura: 1-Conjunto
de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. 2-Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de
desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
Comencemos asumiendo
que la televisión es el medio con mayor penetración en nuestra sociedad, principalmente
en las clases más desfavorecidas por el simple hecho de ser el más accesible.
Prueba de ello es que se sigan emitiendo una y mil veces las películas de los
80’ y continúen teniendo altos niveles de audiencia. Esto puede resultar
sorprendente hasta que nos enteramos que solo el 40% de la población va al cine
y un 25% al teatro -algunos no más de una vez al año-, mientras la televisión
es vista periódicamente por más del 99% de los uruguayos (y números similares
se dan en la mayoría de los países), a pesar que tantos intelectuales se nieguen
a verla. Tal vez por eso tampoco logran advertir que, en los últimos años, la
ficción televisiva ha evolucionado mucho más que el cine y el teatro, tanto de
un punto de vista técnico como en su narrativa. Y a pesar de los escasos
recursos, Uruguay no es la excepción.
En televisión además encontramos propuestas informativas,
de análisis más sintético que otros medios pero cuyo contenido editorial y su ética
pueden ser tan cuestionables como los demás. Otros muy criticados son los
programas de entretenimiento, que no tienen más pretensiones que esa ya que los
canales más que incidir en el público buscan satisfacerlo -con su consecuente
rédito económico-, por lo que son un reflejo de la sociedad. Si existe “Gran Hermano” y tantos programas de
chimentos es porque el morbo voyeurista está en la naturaleza humana. En el Circo
Romano no había cámaras de Tenfield, ESPN o CNN sino tribunas llenas de gente
que clamaba por sangre. Si existen concursos de talentos es porque todos
quieren hacerse famosos de la noche a la mañana, y esto es mucho más antiguo
que la TV solo que ésta lo hizo más sencillo incluso para gente con dudosos
méritos. Por ejemplo, el show de Tinelli es simplemente un formato de concurso
(baile, canto, etc) adaptado la idiosincrasia regional ya que en la versión
original -y las adaptaciones a otros países- se focalizan en la destreza de los
artistas y no en las discusiones artificiosas sobre su vida personal. O sea que
lo cuestionable sería la cultura rioplatense y no la televisión como medio, que
simplemente explota las preferencias sociales.
En otro extremo, mucho más loable, hay
programas dedicados a la transmisión de espectáculos (teatrales, musicales,
etc) sin los cuales, como sucedía hasta hace menos de un siglo, solo unos pocos
privilegiados podían disfrutarlos. Además existen otros que informan y educan sobre
temas que van desde matemáticas hasta artes visuales, ofreciendo al público
masivo algunos conocimientos a los que difícilmente se aproximarían de otra
manera. Lamentablemente éstos son muy escasos en relación a los demás y suelen
contar con muchos menos recursos. Pero eso tampoco es achacable al medio como
tal sino a las políticas empresariales y la lógica de mercado, principalmente
en uno tan pequeño como el nuestro, donde los contenidos dirigidos a públicos
específicos resultan poco atractivos económicamente. Además estas propuestas
suelen ser conducidas por los mismos críticos que, más familiarizados con el
lenguaje académico que con el televisivo, subestiman o desconocen las
posibilidades que ofrece esta pantalla. Sin
intención de centrar la crítica en él, ya que no es el único con estas
características, tomemos como ejemplo el programa “Prohibido pensar” de Sandino
Núñez, que si bien plantea reflexiones sumamente acertadas sobre la
cotidianeidad y los medios, no lo hace adaptándose al código del público que
potencialmente podría ilustrar. De hecho, al presentar el libro que compila sus
ciclos televisivos, Sandino aclaró que se trata del material que usó para leer del
teleprompter. Y efectivamente, esos textos fueron concebidos para ser leídos,
desaprovechando así su pasaje por la televisión. Por eso sus teorías solo llegaron a aquellos
que por su formación y perfil ya estaban próximos a ese conocimiento, y contribuyó
con sus prejuicios sobre la capacidad de la mayoría de la población. En
consecuencia el programa terminó rechazando al público que (a mi entender) podría
integrar con un recurso tan masivo, con el perjuicio adicional de atentar
contra su viabilidad económica por dirigirse a un segmento tan específico.
Por sus características de consumo los
productos televisivos deberían poner especial énfasis en un atractivo visual y
lenguaje amigable –que no es lo mismo que burdo- para quienes no tiene la
posibilidad de volver al comienzo de la página y repasar un párrafo que no les
quedó claro. Pero la alta cultura es hostil (o “apocalíptica”, como diría Eco)
y se empeña en impedir la legitimación de los códigos que imperan en los
distintos momentos históricos, por eso en toda manifestación cultural sobran los
ejemplos en los que la elite termina comprando el diario del lunes.
La calidad artística de lo que aparece en la
pantalla es muy variada y en muchos casos cuestionable, pero por mucho que les
pese a los adalides de la alta cultura la televisión es el mayor transmisor
cultural, por lo que deberían prestarle más atención, despojándose de sus
prejuicios y cooperar para mejorar sus contenidos, sin olvidar al público
masivo. En definitiva, si son menos del 1% de la población son muy pocos como
para representar legítimamente a una sociedad.