Recopilación de las columnas publicadas en los últimos años en diferentes medios

Sunday, February 10, 2013

Freeway, 19 de noviembre 2012

La Cultura Televisiva

“La cultura audiovisual es inculta y por lo tanto, no es cultura” sentenció Giovanni  Sartori al referirse a lo que él llama “la sociedad teledirigida”, y muchos otros teóricos tienen posturas muy cercanas a él en relación a la televisión, sin embargo creo que éstas son injustas con el medio y crueles con sus consumidores.
Si bien no pretendo discutir a los eruditos, intentaré relativizar un poco el asunto y que los involucrados nos pongamos el sayo que nos corresponde. Para eso es conveniente no quedarse con definiciones pretensiosas y recordar el significado de cultura: 1-Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. 2-Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
Comencemos asumiendo que la televisión es el medio con mayor penetración en nuestra sociedad, principalmente en las clases más desfavorecidas por el simple hecho de ser el más accesible. Prueba de ello es que se sigan emitiendo una y mil veces las películas de los 80’ y continúen teniendo altos niveles de audiencia. Esto puede resultar sorprendente hasta que nos enteramos que solo el 40% de la población va al cine y un 25% al teatro -algunos no más de una vez al año-, mientras la televisión es vista periódicamente por más del 99% de los uruguayos (y números similares se dan en la mayoría de los países), a pesar que tantos intelectuales se nieguen a verla. Tal vez por eso tampoco logran advertir que, en los últimos años, la ficción televisiva ha evolucionado mucho más que el cine y el teatro, tanto de un punto de vista técnico como en su narrativa. Y a pesar de los escasos recursos, Uruguay no es la excepción.
En televisión además encontramos propuestas informativas, de análisis más sintético que otros medios pero cuyo contenido editorial y su ética pueden ser tan cuestionables como los demás. Otros muy criticados son los programas de entretenimiento, que no tienen más pretensiones que esa ya que los canales más que incidir en el público buscan satisfacerlo -con su consecuente rédito económico-, por lo que son un reflejo de la sociedad.  Si existe “Gran Hermano” y tantos programas de chimentos es porque el morbo voyeurista está en la naturaleza humana. En el Circo Romano no había cámaras de Tenfield, ESPN o CNN sino tribunas llenas de gente que clamaba por sangre. Si existen concursos de talentos es porque todos quieren hacerse famosos de la noche a la mañana, y esto es mucho más antiguo que la TV solo que ésta lo hizo más sencillo incluso para gente con dudosos méritos. Por ejemplo, el show de Tinelli es simplemente un formato de concurso (baile, canto, etc) adaptado la idiosincrasia regional ya que en la versión original -y las adaptaciones a otros países- se focalizan en la destreza de los artistas y no en las discusiones artificiosas sobre su vida personal. O sea que lo cuestionable sería la cultura rioplatense y no la televisión como medio, que simplemente explota las preferencias sociales.
En otro extremo, mucho más loable, hay programas dedicados a la transmisión de espectáculos (teatrales, musicales, etc) sin los cuales, como sucedía hasta hace menos de un siglo, solo unos pocos privilegiados podían disfrutarlos. Además existen otros que informan y educan sobre temas que van desde matemáticas hasta artes visuales, ofreciendo al público masivo algunos conocimientos a los que difícilmente se aproximarían de otra manera. Lamentablemente éstos son muy escasos en relación a los demás y suelen contar con muchos menos recursos. Pero eso tampoco es achacable al medio como tal sino a las políticas empresariales y la lógica de mercado, principalmente en uno tan pequeño como el nuestro, donde los contenidos dirigidos a públicos específicos resultan poco atractivos económicamente. Además estas propuestas suelen ser conducidas por los mismos críticos que, más familiarizados con el lenguaje académico que con el televisivo, subestiman o desconocen las posibilidades que ofrece esta pantalla.  Sin intención de centrar la crítica en él, ya que no es el único con estas características, tomemos como ejemplo el programa “Prohibido pensar” de Sandino Núñez, que si bien plantea reflexiones sumamente acertadas sobre la cotidianeidad y los medios, no lo hace adaptándose al código del público que potencialmente podría ilustrar. De hecho, al presentar el libro que compila sus ciclos televisivos, Sandino aclaró que se trata del material que usó para leer del teleprompter. Y efectivamente, esos textos fueron concebidos para ser leídos, desaprovechando así su pasaje por la televisión.  Por eso sus teorías solo llegaron a aquellos que por su formación y perfil ya estaban próximos a ese conocimiento, y contribuyó con sus prejuicios sobre la capacidad de la mayoría de la población. En consecuencia el programa terminó rechazando al público que (a mi entender) podría integrar con un recurso tan masivo, con el perjuicio adicional de atentar contra su viabilidad económica por dirigirse a un segmento tan específico.
Por sus características de consumo los productos televisivos deberían poner especial énfasis en un atractivo visual y lenguaje amigable –que no es lo mismo que burdo- para quienes no tiene la posibilidad de volver al comienzo de la página y repasar un párrafo que no les quedó claro. Pero la alta cultura es hostil (o “apocalíptica”, como diría Eco) y se empeña en impedir la legitimación de los códigos que imperan en los distintos momentos históricos, por eso en toda manifestación cultural sobran los ejemplos en los que la elite termina comprando el diario del lunes.
La calidad artística de lo que aparece en la pantalla es muy variada y en muchos casos cuestionable, pero por mucho que les pese a los adalides de la alta cultura la televisión es el mayor transmisor cultural, por lo que deberían prestarle más atención, despojándose de sus prejuicios y cooperar para mejorar sus contenidos, sin olvidar al público masivo. En definitiva, si son menos del 1% de la población son muy pocos como para representar legítimamente a una sociedad.





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