Pimba! - setiembre 2006 Ed. Sociales
Es evidente que el común de la gente gusta de interactuar con sus pares y busca constantemente oportunidades para hacerlo, pero éstas suelen escasear y por ello deben aprovechar hasta las ocasiones menos propicias para departir con amigos o conocidos. Así es que transforman un evento cualquiera, en una instancia deseable para la interacción.
Tal es el caso de los velorios. Situación que a priori está concebida como un momento de recogimiento para los familiares y allegados del difunto, pero que se han transformado en una excusa para encontrarse con familiares lejanos o amigos que la vida ha llevado por diferentes caminos. Otro tanto sucede con las personas mayores que los achaques de la edad le impiden realizar demasiada actividad social y aprovechan cuando algún coetáneo fallece para reencontrarse con sus pares que están, como él, al borde del cajón (en el más amplio sentido del término) y así ponerse al tanto de sus vidas y los chismes correspondientes. Por ejemplo la presentación del nieto que recién se recibió, la nena que se acaba de casar o, en el peor de los casos, del adolescente que está allí por compromiso y se acerca aterrorizado por la amenaza inminente del cariñoso pellizco en el cachete.
Nunca falta tampoco el personaje público, quien por lo general concurre por una mera formalidad y debe soportar la morbosa curiosidad de los presentes.
Otro punto destacable de esas ceremonias es la empalagosa seguidilla de loas que recibe el finado, que dejó de ser el sujeto más odiado del condado para convertirse en un beato.
Otra de las instancias concebidas para propósitos muy dispares para el cual terminan sirviendo son los actos partidarios o por alguna conmemoración. El caso más emblemático es el 1° de mayo. Este día podemos ver familias enteras caminando (puesto que no hay transporte) hacia el punto donde se realiza el evento, con todos los accesorios para un picnic. Los niños llevan sus muñecos, su pelota o sus bicis y los adultos van con su silla plegable, termo, mate e incluso alguna lectura para hacer tiempo hasta que comience el discurso. Pero estos son los menos pues generalmente saben (y por eso van) que se encontrarán con muchos conocidos con quienes conversar. Estos su vez, posiblemente lleven a sus hijos, lo que garantiza que los propios se entretengan. Así es como comienza a forjarse la cultura política de los pequeños, en estos casos mayoritariamente de izquierda pero ocurre con todos los partidos. Principalmente en año electoral, los niños acompañan a sus padres a los clubes o comités y desde luego, comienzan a interiorizarse en la filosofía imperante de forma lúdica. Aprenden de colores (partidarios); números (de lista), aplican teorías de conjuntos (sub lemas), así como también la conjugación de frases pomposas en primera o tercera persona del plural.
Estas son dos situaciones que desde siempre me patearon el hígado, pero es posible descubrir otras similares a los lados de las canchas de rugby, polo o fútbol universitario, donde el cotilleo resulta más acalorado que el propio partido.
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