Recopilación de las columnas publicadas en los últimos años en diferentes medios

Tuesday, September 26, 2006

FREEWAY - noviembre 2005

LA VERDAD DE LA MILANESA

Trabajar con Steven Spielberg era mi sueño desde que vi E.T., por eso cuando me pidieron que escribiera el guión de “La terminal” no lo pensé dos veces y me avoqué al trabajo inmediatamente. Tenía que ser lo mejor que hubiera escrito.
Así fue que comencé la historia de Hilario, un uruguayo del medio del campo que llega al aeropuerto JFK de Nueva York. El problema fue que el tipo no pudo concretar un laburo desde Uruguay pero se mandó igual sin tener la visa. Supuestamente se la estaba gestionando el cuñado de un amigo que vive en NY, pero resultó ser un chanta y nunca pudo dar con él.
Para colmo, en Uruguay se desata un golpe militar luego que el FA gana las elecciones y EE. UU. no reconoce al gobierno de ese país y ahora parece que tampoco apoyan a los militares latinoamericanos. Por supuesto tampoco reconocen a sus ciudadanos e Hilario no puede entrar al país ya que no califica ni como refugiado, asilado o cualquier otra figura legal aceptable debido a uno de los incontables vacíos legales que permite tantas incoherencias en este país. Por lo tanto debe quedar en el aeropuerto “en tránsito” indeterminadamente hasta que se resuelva la situación en su país.
Hilario, como buen ejemplar del interior, resulta ser un tipo sumamente tranquilo y al no entender un pomo de inglés, dice a todo que si y no se hace una de esperar.
Por su parte, el jefe de seguridad del aeropuerto hace años aspira a un ascenso y si bien siempre fue muy estricto con las reglas, ahora está como un sabueso pues, de superar una inminente inspección, podría lograrlo. El tipo tiene todos los piques: tiene particular cuidado con los que llegan de Madrid y Sudamérica; los pendejos que vienen de Jamaica indefectiblemente traen porro y los chinos en barra si no tienen cámaras son traídos de contrabando (si los trajeran apilados en un container sería menos obvio)
A todo esto, el paisano traía una latita que le resultó extremadamente sospechosa y quiso sacársela, pero luego de una concienzuda inspección se comprobó que era una yerbera con su lógico e inocente contenido, con lo cual el jefe de aduanas se re calentó. Tenía la excusa para solucionar el problema y meterlo en cana por “mula” pero al final quedó pegado con los colegas que conocían la tradicional infusión.
En venganza comenzó a tenderle trampas para que el tipo intente escapar (entrando ilegal al país) y pase a ser asunto de la policía. Él no quiere detenerlo sin razón, sobre todo antes de la inspección, pero Hilario es muy sosegado y no da motivo para nada. El tipo se instaló como si fuera su casa y se armó un catre. Se bañaba como podía y andaba por el aeropuerto de alpargatas y bombachas. Con los días se dio cuenta que podía changar y hacer un mango para la comida juntando carritos. Incluso pensó en construir un parrillerito, pero la carne estaba carísima en el free shop y la dejó por esa.
Finalmente contratan a alguien para que haga su laburo y se cague de hambre, pero él acostumbraba engañar el estómago con unos amargos.
Al poco tiempo conoce una azafata y se enamora. Pero viste como son las azafatas, acostumbradas a los tipos de clase ejecutiva que se las quieren arrimar, un ilegal que vive en el aeropuerto no es muy tentador. Entonces se puso a trabajar de carpintero en la reforma del aeropuerto, hasta que se da cuenta que los gringos son unos turros y decide abrir su propia mueblería en un localcito que había libre, al lado de un Burguer King.
Con eso le dio para hacer reformas en su casa (la puerta 67 del aeropuerto) y comprarse un traje en Hugo Boss, para salir con la azafata.
Finalmente la lleva su hogar y la conquista con unas milonguitas para luego invitarla a estrenar el catre de dos plazas que hizo para ella.
El problema fue que, como siempre, lo estaban vigilando y obtuvieron la excusa perfecta para expulsarlo: Atentado violento al pudor. Pero como esa parte del aeropuerto aún no estaba habilitada, él apeló y como a lo largo de los meses ya se había ganado la simpatía de todos los extranjeros que de una manera u otra terminan laburando ahí por dos mangos, armó una revuelta y derrocó al jefe de seguridad.
Pero al leer esta última frase, Steven me dijo amablemente que este argumento podría generar mayor inseguridad en los aeropuertos de la que ya hay y que prefería mostrar la historia de un pobre infeliz de Krakozhia (una supuesta ex república soviética o algo similar) que se enamora de la azafata mientras intenta cumplir una promesa a su padre. A continuación me rompió la nariz al cerrar la puerta de su despacho.

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