Recopilación de las columnas publicadas en los últimos años en diferentes medios

Tuesday, September 26, 2006

FREEWAY - octubre

LA VERDAD DE LA MILANESA

Uno de los trabajos que más disfruté en mi carrera fue escribir sobre la vida de John Nash, un prominente matemático, que fuera reconocido con el premio Nobel. Sucedió que a medida que estudiaba el personaje me identificaba cada vez más con él y así el guión fue adoptando cosas mías, que a la postre, serían la causa del rechazo.
La historia comienza en la universidad de Princeton en 1947, al comienzo de la guerra fría, donde a los matemáticos que ingresan, se les plantea la importancia de su ingenio en el futuro económico y militar del país, frente al enemigo soviético. Obviamente esto puede amedrentar a mucha gente, incluso al ya considerado prodigio, John Nash.
Él ya era medio retraidito y estaba obsesionado con ser el mejor y descubrir algo realmente único. Por eso aún no tenía nada publicado, a diferencia de sus compañeros.
Aparte tenía sus propios métodos. No iba a clases por considerar que coartaba su potencial creativo, se la pasa escribiendo en la ventana de su dormitorio o bien haciendo cabriolas y golpeándose la cabeza por el jardín de la universidad. Todo esto me era sumamente familiar al igual que el contundente fracaso con sus compañeritas, debido a un estilo de cortejo demasiado directo. Por ello en el guión puse frases que alguna vez empleé: “En estos momentos estoy padeciendo una erección y tal vez tu puedas hacerla remitir”; o bien “Como católico entiendo que quieras llegar virgen al matrimonio y me conformaré con un poco de placer oral”.
Tampoco tenía amigos, así que se inventó un compañero de cuarto. Según él un juerguista y el único que podía sacarlo momentáneamente de su obsesión y llevarlo a la cantina aunque siempre lo dejara jugando al pool solo, pero él era suficientemente raro como para que nadie sospechara de su fantasía.
Una vez en la cantina, el resto de los matemáticos se le acercan al aparecer un grupo de chicas y uno plantea encararlas aplicando la teoría económica de Adam Smith, que reza algo así: “En la competencia, la ambición individual sirve al bien común”. O sea que cada uno se mande por la suya.
Esto es erróneo y John lo demostró planteando que si todos le tiran el lance a la misma, se anulan y cuando van por las otras, estas los bochan porque no quieren ser la segunda opción. Por lo tanto, lo lógico es determinar un sistema rotativo de “sacrificios” donde uno se encargue de encarar a la más fulera, ya que sistemáticamente es la que da bola y una vez abierta la brecha, el resto entran fácilmente. Si ésta encara, las otras no se van a cortar pues saben lo difícil que es para ella tener un ligue. Las mujeres también tienen su cuota solidaria.
N de R: Esto también servirá de germen para el sistema del conductor designado cuando el grupo quiera beber.
Como yo, con las minas la tenía muy clara, en teoría. En fin, al publicar esto le asignan un puesto en una importante universidad en el área de investigación y docencia. Con el tiempo se enamora de una alumna y empieza a salir, pero de aquello nada y empieza a desvariar nuevamente por la abstinencia. Lo tuvo a pico seco hasta que se casaron... pero ya era tarde, el tipo había enloquecido definitivamente por la falta de actividad y por embole que tenía de dar clases. Tampoco descartemos como causa de sus alucinaciones el magro salario de docente y su necesidad de otro laburo.
Así es que imagina ser convocado por un agente para encomendarle la tarea de descifrar los códigos de agentes rusos que salen publicados en revistas varias. Su misión es dedicar interminables jornadas a hacer crucigramas, sopas de letras y a recortar figurines de Burda y otras revistas de modas, para luego depositarlos en un buzón misterioso.
La mujer empieza a sospechar y llama a un psiquiatra para que lo interne y ahí salta todo el tema de las alucinaciones que se había agravado pues también veía a los Teletubies y se devanaba en entender sus confusos mensajes.
Lo tratan con electro shock y una medicación muy fuerte que le quita el deseo sexual de otras épocas y de común acuerdo con su mujer deciden suspender el tratamiento a condición de no darle bola a sus alucinaciones. Obviamente al principio le resultaba un poco incómodo, sobre todo cuando los Teletubies entraban al cuarto gritando “Ota vé, Ota ve”, pero juntos lo superan.
El resto de la película es irrelevante. Comienza a ir nuevamente a Princeton y si bien al principio hace algunos papelones, se va acostumbrando a tratar con gente y finalmente, a dar clases. Años más tarde lo nominan al Nobel y como se estila, otros docentes le regalaron sus lapiceras, que terminará vendiendo en los ómnibus una vez jubilado. Igual destino que yo, luego que rechazaran mi guión una vez más.

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